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"(...) Me invitan después a salir a Ivry, en los barrios del sur, para escuchar a un grupo musical que obedece al nombre arrabalero de "flor del fango". Llegamos al pequeño teatro de Oscar Castro, en el centro de Ivry, comuna que perteneció en épocas no muy lejanas al llamado cinturón rojo de París, y nos encontramos con decenas de chilenos que ya forman parte del paisaje y que aparecen rodeados de sus hijos franceses.

Algunos utilizan un francés más o menos callejero, pueblerino, y otros se expresan en un español más o menos mezclado. Hay ecos porteños y uno que otro sonsonete del Caribe. La sala está llena, pero muchos salen y compran unas empanadas y un ponche de aspecto turbio y aroma entre selvático y químico. El espectáculo comienza con gran retraso, entre los desplazamientos inquietos de un personaje gordo, semi desnudo, a quien le toca ocuparse, según su propia explicación, de los aspectos "técnicos".

Marucha, cantante, actriz principal, animadora del grupo, canta con energía, con voz de buena calidad, levantando las manos empuñadas y llamando a la solidaridad con la revolución zapatista. La sala responde con gestos y gritos de entusiasmo. Todo el mundo, al cabo de un rato, se ha levantado de sus asientos y baila. Es una alegría contagiosa, un furor colectivo, una resurrección del espíritu de rebeldía de épocas pasadas.

Uno piensa que la rebeldía hace falta, que no es fácil someterse a vivir en una sociedad globalizada, satisfecha. Los indios de la región remota de Chiapas son un pretexto y una inspiración. En una de las puertas de entrada he divisado a un Che Guevara con algo parecido a un Sagrado Corazón de Jesús injertado en el pecho.

En otras palabras, la Revolución se codea con la Religión. La libertad aureolada del célebre cuadro de Delacroix, inspirado en las luchas callejeras de 1848, alienta por algún lado en esta sala estrecha, donde todos transpiramos en forma copiosa y nos quedamos con las camisas empapadas. ¿De dónde es usted?, pregunta alguien.

¡De Chile! Chile es un mito, una propuesta, un programa. Evoco un viaje reciente a la laguna de San Rafael, la visión de un ventisquero, una tempestad en los canales, y la gente del lado mío se queda con los ojos abiertos como platos.

Marucha toca unos tambores, galvaniza al público, vuelve al ataque. Un argentino flaco, barbudo, de ojos intensos, una especie de Cristo pobre, un personaje de Fiodor Dostoievski, pero también de Ernesto Sabato, reemplaza a Marucha en el centro del escenario e introduce otros matices, otras leyendas. El espíritu sopla donde quiere, pienso yo.(...)"

JORGE EDWARDS (Premio Cervantes de Literatura 1999)
Pasaje - Diario La Segunda de Chile - Viernes 29 de junio de 2001

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